¿Quién ha destapado el caso Bárcenas?

Integristas, talibanes y fundamentalistas los hay por doquier y en todos los campos. Gente que descubre un nuevo juguete y denosta el juego de antaño como si nunca hubiese aceptado sus reglas antes.

Este caso lo llevo viendo mucho en Twitter cuando se habla de periodismo con frases del tipo «cuando lo veo en el telediario, ya lo he leído en Twitter», o «los periódicos no aportan nada, existiendo Twitter», y más frases por el estilo que no dejan precisamente en buen lugar el trabajo de la prensa ni la labor de los medios.

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Redes sociales: si no lo cuento, parece que no lo he hecho

En la vida en general todo es bueno, malo, positivo o negativo en función del uso que hagamos, y las redes sociales no escapan de ello.

De un tiempo a esta parte, y coincidiendo con la eclosión definitiva y masificación de Facebook, Twitter, Instagram y otras muchas redes, veo asociado un fenómeno de sobreexposición de los usuarios que además de no ser beneficioso para ellos, supone un ruido e incordio general para buena parte del resto de los que pululamos por el universo 2.0.

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Mi intento de entrar en Chechenia (Segunda parte)

Antes de continuar la historia no puedo menos que agradecer el interés que habéis mostrado tantísima gente por la primera parte de este post. A fecha de hoy, 14 de enero de 2013, más de 6.000 personas lo han leído y muchos me han hecho llegar sus impresiones o lo han compartido, lo que me ha animado a continuar narrando experiencias vividas en primera persona que espero que sigan siendo de vuestro interés.

Me quedé subiendo al Lada de Cruz Roja para encaminarme esta vez en busca de Sota que había prometido hacerme gestiones con los generales chechenos para pasar al otro lado.

Al llegar nuevamente al poblado los miembros de la ONG descargaron piezas enteras de carne para la población y continuaron camino. No sabía dónde vivía Sota y empecé a preguntar por él a los lugareños, que negaban con la cabeza una y otra vez ante mi insistencia. Un tanto mosquedado o quizás frustrado por el escaso éxito, se me ocurrió que no había cosa que más identificase a Sota que su Kalshnikov, y empecé a decirle a la gente «Sota Kalashnikov», «Sota kalashnikov», hasta que alguno probablemente por no escucharme más me indicó que esperase en el sitio y al poco rato apareció con Sota, que por supuesto portaba su arma. Me hizo ademanes de que lo siguiese -os recuerdo que no hablaba nada de inglés- y pronto llegamos hasta la puerta de una humilde casa. Dentro, una mujer joven pero con un semblante marcado seguramente por jornadas de preocupaciones infinitas, sujetaba un bebé entre los brazos. Sota me lo acercó y su rostro se iluminó esbozando la sonrisa franca que me había mostrado hace dos días mezclada con un orgullo de padre que no necesitaba de idiomas para entenderse.

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