Mi intento de entrar en Chechenia (I)

Los que me conocen saben que para contar alguna batalla periodística de mis años de mochila y cámara de fotos al hombro, suele ser necesario que antes me haya tomado algunas copas. Nunca me ha sido fácil contar historias cual abuelo cebolleta, quizás porque en el fondo la modestia se apodera de uno en medio de tanta inmodestia e ínfulas que pululan por el mundo 2.0 a diario.

El caso es que mientras estudiaba periodismo, e incluso antes, siempre admiré las crónicas del difunto Ricardo Ortega desde el corazón del conflicto checheno. Me llamaba la atención muchísimo ese conflicto en el que la superpotencia se enfrentaba al orgullo trufado de fanatismo de un pueblo cuya capital, Grozni, significa Terrible.

El caso es que andaba yo viviendo en Beirut en el verano de 2000, tras haber llegado desde Siria para cubrir la liberación del sur del país. Lo recorrí con Hezbolá para posteriormente publicar en El Mundo un ‘Testigo directo’ en la última página e iniciar mis colaboraciones con ese medio. Pero eso había sido algún mes antes y digamos que ya era verano, todo estaba más calmado, y con apenas 500 dólares en el bolsillo me acordé de Ricardo Ortega y del sempiterno conflicto. Miré un mapa, calculé en varios miles de kilómetros llegar hasta allí, llamé a El Mundo para avisar que me iba y que ya daría señales de vida, y ni corto ni perezoso me embarqué en la única aventura periodística que me salió mal en lo que a publicar se refiere.

La manera de entrar en Chechenia era a través de la frontera georgiana. Para llegar hasta ella tenía que cruzar Siria y dirigirme a Ankara a solicitar el visado, e ir como ‘turista’.

Todo fue normal al cruzar una Siria por entonces en paz y con Bassar Al Assad estrenando poder, y el único pero fue la semana que tuve que esperar en Ankara, una ciudad terriblemente aburrida, hasta lograr el visado. Como podéis imaginar, 500 dólares no era precisamente un capital y estar toda una semana esperando me obligó a alojarme en un otel sin h (el equivalente a una pensión en Turquía) en el que un cristo habría tenido que estar firme de lo pequeña que era mi habitación. Incluso una noche creí que estaba soñando porque notaba que me movían, y luego resultó ser un terremoto.

Para no aburrir  os diré que todos los trayectos los hice por carretera en autobús, básicamente yendo de Beirut a Damasco, de allí a Ankara, y de Ankara a Tiblisi, capital georgiana.

Al llegar a Tiblisi me alojé en el hotel de la estación de autobuses, categoría que realmente dudo que hubiese llegado nunca a merecer como alojamiento. La decoración de las paredes eran mosquitos espachurrados, en muchos casos tras haberse dado un festín con los infelices como yo que pernoctábamos en ese antro. Es mas, antes de irme hube de contribuir a la decoración dejando alguna obra maestra a la altura de Picasso o Dalí con mi pantufla. Lo  cierto es que al despuntar el alba el sol me hizo volver a una realidad en la que tenía claro un objetivo, pero no cómo podía lograrlo. Imaginad que es como llegar a Madrid y preguntar cómo puedes encontrar bandoleros en Sierra Morena, salvando la distancia histórica.

Me costó que pasase otro día e ir y venir a la capital y contactar con una ONG, el decidirme a echarle valor y preguntar así, por la cara, cómo podía contactar con refugiados chechenos. El personal de la estación de autobuses me miraba entre sorprendido e incrédulo al ver a un chaval con una mochila que quería ir allí donde los georgianos preferían no pisar. Además, muy pocos hablaban inglés, así que la tarea fue ardua. Finalmente alguien, de quien no recuerdo su estampa, me indicó que debía ir a Akhmeta, así que pregunté la hora del siguiente transporte a esa localidad y me dispuse para continuar viaje.

Un par de horas después descendía ante una pequeña localidad sin apenas gene en la calle. Pregunté por los chechenos a los primeros habitantes que me cruzaba en mi camino pero nadie me entendía y casi que me ignoraban, hasta que un pequeño grupo me rodeó haciéndome indicaciones de que les siguiese hasta que me condujeron a una escuela y me pusieron delante a una maestra que hablaba ruso, alemán y algunos idiomas más, pero no inglés. Vino a indicar que entendía mi petición y me pidió que la acompañase. Llegamos a una casa en la que empezaban a darse un festín al que me conminaron a sentarme, y como uno nunca ha sido descortés y la carne tenía una pinta bárbara, hice un gesto afirmativo y me sumé a la comilona. El problema vino a los postres. Aunque hablando no nos entendíamos, hay un lenguaje que los españoles dominamos bien y es el de la fiesta y el cachondeo, algo de lo que se ve que en esta familia andaban también avezados. Junto al dulce sacaron algún licor casero destilado que imagino que tenía más grados que el Sahara en agosto, y que usaban para llenar un cuerno y que tocaba beber de un tirón, algo que siempre me ha sentado fatal. Ahí aprendí mi primera palabra en georgiano, ‘gaumarllús’, que como podéis imaginar significa salud.

Varios cuernos después no me acordaba de nada y la siguiente imagen fue levantarme en una amplia habitación y una cama mucho mejor que la de la estación de autobuses. En un acto reflejo salté a buscar mi equipo de fotos y mi mochila, que estaban bien colocados a los pies del lecho. Desconcertado bajé las escaleras tras vestirme y comprobar que la resaca se sufría igual en España que en Georgia.

Al principio pensé que estaba en un hotel. No encontraba a nadie hasta que me asomé a la cocina y una abuela me sonrió, me hizo ademán para que me sentase, me ofreció pan y mantequilla que acepté, y con toda naturalidad me preguntó si quería vodka lo cual decliné amablemente cambiándolo por un café caliente.

Así pasé la mañana hasta que llegó la profesora que conocí el día anterior, me sonrió, y me mostró un libro de texto antiquísimo de español-ruso, ruso-español, gracias al cual pudimos comunicarnos aunque de forma un tanto rudimentaria. Ella me dijo que sería mejor no ir y que los chechenos eran mala gente, pero ante mi insistencia quedó en ponerme en contacto con personal de Cruz Roja que les llevaba ayuda humanitaria.

Al día siguiente se repitió el ritual del desayuno con la abuela y aprendí la segunda palabra en georgiano. ¿Guindá?, que quería decir ¿quieres?. Ella me decía, ¿vodka guindá?. Unos días después ya le contestaba yo : “Ar minda. Didi madloba”, que quería decir, no quiero, muchas gracias.

Efectivamente a la entrada del pueblo apareció un Lada Niva con el emblema de Cruz Roja. Intercambiaron unas palabras con los ocupantes y me invitaron a subir, tras quedar yo en volver ese día por la tarde. Un rato después llegamos a lugar en el que las familias chechenas se hacinaban en casas que compartían varias familias. Les dejaron la ayuda y yo me despedí de los miembros de Cruz Roja tras presentarme a Alico, un hombre de unos 50 años que dijeron que podría ayudarme en mi propósito de pasar de Georgia a Chechenia.

Alico me invitó a seguirle hasta entrar en su casa, y para mi sorpresa su mujer hablaba inglés, lo que me supuso un alivio grande. Les expliqué que era periodista y que quería cruzar la frontera con milicianos para entrar en su país. Alico me explicó que él había estado porpuesto como ministro en el último gobierno checheno y que era una persona con contactos e iba  a tratar de ayudarme, pero que lo veía difícil por la situación, y me preguntó si les acompañaría a las montañas a recoger una hierba medicinal que les hacía falta. Ni corto ni perezoso dije que sí aunque nunca había montado a caballo.

A la hora de partir, y tras perder varias partidas de ajedrez con el hijo de Aleco, se presentó otro sujeto que iba a acompañarnos. Medía por lo menos 1,85 e iba vestido con ropaje paramilitar. Al cinto portaba una pistola 9 mm y un cuchillo bien afilado según pude ver después, y en el chaleco se veían por doquier cargadores de AK-47 y algunas granadas de mano. A espalda portaba colgado el kalashnikov, un arma que siempre había querido probar. Me lo presentaron como Sota y mientras la madre pudo traducir, pude saber que apenas tenía veintitantos años, había participado un poco una de las guerras contra los rusos, y ahora tenía una vida criminal y las autoridades georgianas le buscaban por haber matado a unos 30 policías en distintas refriegas, de ahí que siempre fuese así de artillado.

Curiosamente, pese a que no parecía la compañía de viaje más recomendable, desde el primer momento su mirada me hizo confiar en él y la sonrisa que me profería se veía de lo más sincera. Creo que yo debía ser toda una atracción en un sitio en el que la monotonía era el compañero más fiel del día a día.

Como os contaba, jamás había montado a caballo pero no estaba dispuesto a que eso chafase la aventura de ir montaña arriba a buscar esas hierbas. El caso es que me hice al caballo, que seguramente notando que yo no era muy diestro iba tranquilo un pelín rezagado de los de Alico y Sota. Ellos no hablaban inglés y la comunicación era difícil. En un momento, y para romper el hielo, señalando a sus caballos dije Mercedes, Ferrari, y señalando al mío dije Lada, lo que provocó las carcajadas de ellos.

Bastante rato después de salir pararon para rezar, lo que yo aproveché para descabalgar y descansar. No encontraban la planta y seguimos cabalgando monte arriba aunque el día se iba echando encima. Estábamos en el valle de Pankisi y de fondo algún disparo se escuchaba de vez en cuando. Llegamos a la cima del monte bastantes horas después y cerca ya de ponerse el sol encontramos la planta que habíamos venido a buscar. Me di cuenta que por la hora estaban buscando algún lugar en el que pasar la noche y al fondo divisaron una pequeña cabaña de madera hasta la que fue Alico. Habló con las personas que vivían allí, que nos dieron cobijo seguramente por la hospitalidad ancestral de los musulmanes. El caso es que llovía y además de filtrarse el agua entre las débiles maderas, el jergón en el que me indicaron que podía dormir estaba húmedo, por lo que pasé una noche de perros.

A la mañana siguiente amaneció un día estupendo y antes de descender le hice gestos a Sota de que quería disparar su arma. Éste sonrió, consultó con Alico, y poco después se fue a por una madera en la que hizo una diana con su cuchillo y colocó a unos metros de distancia. Luego, sin saber el motivo, cambió el habitual peine curvo de 30 balas del AK-47 por uno de 20 y me entregó el fusil. En ese instante Alico me hizo gestos para saber dónde tenía mi cámara de fotos y tras indicarle la cabaña insistió en que esperase para sacarme una foto, que es la que acompaña este post.

El AK-47 no defrauda. Curiosamente pensé que el retroceso sería molesto y la verdad es que lo único molesto fue el pitido que me dejó en el oído el primer disparo de los cinco que hice.

Tras desayunar tarde con la familia que nos había alojado partimos de vuelta hacia el pueblo, buscando por lo visto otra hierba más. Eso nos entretuvo bastante y la noche nos cogió en el camino. El cielo no mostraba ni una estrella y la oscuridad era tal, que temía caer del caballo y que nadie se diese cuenta. Sinceramente pasé bastante miedo la hora larga que cabalgamos sin un atisbo de luz. Al llegar, con la ropa húmeda y muy cansados, nos recibieron en la casa y nos pusieron agua caliente para lavarnos los pies y pasar la noche.

De nuevo con la mujer de Alico de intérprete, y dispuesto a pasar la segunda noche fuera de la hospitalidad de la familia de Akhmeta a la que se suponía que debía haber vuelto el día anterior, Sota quedó en contactar con generales chechenos y me pidió que volviese dos días después.

Pasamos la noche y al día siguiente, nuevamente con el personal de Cruz Roja, regresé a Akhmeta para tranquilidad de la abuela y su hija, que estaban francamente preocupados por mí.

Dos días y varios gaumarllús después, me encaminaba otra vez en busca de Sota para saber si podría cruzar la frontera y adentrarme en Chechenia, pero eso, y el momento en que creí que me habían secuestrado, os lo cuento en la segunda parte de esta historia… si os apetece 🙂 https://puesvayaunaexplicacion.com/mi-intento-de-entrar-en-chechenia-segunda-parte/

35 Respuestas a “Mi intento de entrar en Chechenia (I)”

  1. Y yo que te tenía por un formal padre de familia… Me acabas de dejar de piedra! Me ha encantado. Avísame cuando salga la segunda ración. Un. Abrazo.

  2. Nos tienes en ascuas.
    De todos modos además del intento de entrar en el país hay que valorar el esfuerzo en contar cómo es la vida cotidiana donde la gente vive en medio de ningún sitio y depende de la Cruz Roja o la naturaleza en bruto para sobrevivir. Creo que ese es el valor del reportaje.

    1. Gracias Tomás. Por eso digo al principio que es el viaje que periodísticamente peor me salió, pero me aportó otras muchas cosas. Un abrazo.

    1. Muchas gracias, Jorge. De verdad que motiva mucho que os guste lo que cuento. Gracias a vosotros contaré otras cosa que tenía pendiente si me animaba o no a narrar. Un saludo.

    1. Jajajajaja. Hombre, no soy tan malo. Es que pensé que el post iba a se muy largo y de ahí dividirlo en dos. Pronto cuento el resto, prometido.

  3. Me ha encantado la historia, está muy bien contada y muy detallada. Esos detalles creo que son los que completan las historias para hacerlas auténticas y adictivas.
    Saludos y enhorabuena.

  4. No sé que que me impacta más, si el cliffhanger del final o que sea cierto. Espero la segunda parte, que te tengo vigilado en el lector de feeds. Por cierto, el lector no me deja leer enteras las entradas, tengo que entrar en la web :/

    1. Gracias Luis, la verdad que el Cliffhanger (confieso que he buscado lo que significa) lo he hecho sin querer, porque me parecía que el ppost iba a quedar larguísimo. Un saludo.

    2. Hola Luis, el Cliffhanger (confieso que he mirado lo que significaba) lo hice sin querer. Simplemente creía que el post iba a quedar demasiado largo. Un saludo.

  5. Supongo que ya lo sabrás después de tanto tiempo, y que lo estés contando tal y como lo viviste en aquel momento, pero quizás te interesaría saber que «gaumarllús» efectivamente significa «salud» y cuando brindan los georgianos dicen:

    Sakartuelos [Georgia]

    Gaumaryos!!!! x3 [Salud]

  6. Vaya, excelente relato. Me ha dejado fascinado y en espera de la segunda parte y de mas fotos, que yo creo que tienes muchas de aquel viaje.

    Me da mucho que pensar la hospitalidad que le dan a un extraño, le dan de comer, casi hasta lo visten y calzan.

    Me da a entender que el humano siempre es cordial y benevolente con los que no conoce.

    Pero que entre ellos tambien existe el odio y la frialdad de matarse.

    1. Muchas gracias por el comentario, ciertamente la gente solemos ser hospitalaria por suerte. La segunda parte del relato está publicada justo tras este post en el blog :-))
      Saludos.

  7. Antes que nada un saludo cordial desde México Distrito Federal (la ciudad de México), la verdad es que no se ni como llegue hasta aquí, pero me pareció un increíble relato, pues para curiosidad mía estoy tratando de saber todo acerca del conflicto checheno, cabe mencionar que soy curiosa de nacimiento y bueno tu tremenda travesía así como tu experiencia en esos lares me sirve para yo misma imaginar y trasladarme con tus lineas escritas aquí a esos lugares un tanto fascinantes como peligrosos, en fin esto es desde el 2013 y yo escribiendo en el 2014 estoy completamente loca, vuelvo a reiterar que buen relato fue este, un fuerte abrazo.

    1. Gracias por tu comentario, Lourdes. Me alegra que te haya gustado el post. Espero animarme y contar otras experiencias en Líbano, Kosovo o Venezuela.
      Un saludo.

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